domingo, 13 de noviembre de 2011


"El demonio es la pobreza, no el trabajo infantil"

Antropóloga, profesora adjunta de Sociología y con extensión a las ciencias del Comportamiento en el departamento de Medicina, Belén Nocetti se especializa en investigar y promover soluciones para la niñez en riesgo. A través de programas sociales en los que participa activamente, como el colectivo Ludibus, más de 200 chicos de la ciudad tienen la oportunidad de imaginarse un futuro mejor.


--Le propongo comenzar por lo más básico: ¿qué se entiende por trabajo infantil?


--Hay una def
inición que es más legal que teórica. Son todas aquellas actividades que realizan menores de 16 años, en condiciones en las cuales se supone que existe un usufructo propio o para terceros. En otras palabras, no es apropiado contratar a un menor para realizar una actividad que vaya en contra de sus derechos psíquicos y físicos. Aunque es ahí donde surge todo un debate en Latinoamérica, respecto de preguntarse hasta dónde uno dice que hay una violación de esos derechos.

--¿Cómo es eso?


--Existen dos grupos con conceptos opuestos. Uno se llama Nats (Niños y Adolescentes Trabajadores), que es un movimiento social nacido en Perú que presiona al Estado para que se admita el trabajo infantil como una forma de vida necesaria para ciertas clases sociales y no penalizárselo, ya que el mismo Estado no es capaz de ofrecer una alternativa a esas familias. Por otro lado está toda la línea de los intelectuales que siguen los mandamientos de la Unicef y de las Naciones Unidas, según la cual debe perseguirse el trabajo infantil y demonizárselo, señalando que es lo peor que les puede pasar a los chicos y que es lo que asegura la evasión escolar.


--Atendiendo a esas premisas, ¿qué pasa con la contradicción que encarnan los chicos actores o cantantes, a los que se estimula y reconoce por su trabajo mediático?


--En la Universidad trabajamos esta cuestión separando las aguas. Una cosa es el trabajo infantil, supuestamente regulado, como es el caso de los chicos artistas, y otra es la explotación laboral infantil, que es cuando a un niño se lo hace trabajar en condiciones en las cuales su desarrollo está realmente en jaque.


--¿Dónde está el límite para separar ambas categorías?


--Está en esas situaciones cuando uno ya no habla de explotación laboral, sino de una explotación cotidiana en todas las instancias. Es cuando un sector capitalista, para generar una ganancia determinada, usufructúa a esa persona convirtiéndola en un no humano. Ahí está el límite, y ahí es donde el Estado debe intervenir sí o sí, garantizando la integridad.


--¿Adopta ese rol el Estado argentino?


--En los últimos tres años, sí. De hecho, la Comisión Provincial para la Erradicación del Trabajo Infantil (Copreti) ha trabajado en toda la zona del sudoeste bonaerense, observando de cerca las condiciones laborales en, por ejemplo, las zonas de cultivo de cebolla y ajo. El problema es que es difícil ingresar a los campos y eso complica conseguir datos fehacientes. Por eso muchas veces debatimos con los inspectores provinciales sobre que no se pueden traer a Bahía programas armados en La Plata.
"Para hacer una política de erradicación se necesita primero de un diagnóstico, y ese diagnóstico es completamente distinto según la región en la que estés inserto. No es lo mismo el conurbano que el centro de la provincia o el sudoeste. Por eso nosotros proponemos que las políticas sobre trabajo infantil se generen a partir de lo local, desde el municipio, que es el único ente estatal que tiene acceso y conocimiento a la idiosincracia o la dinámica económica de la región".


--¿Pudieron trabajar en conjunto con la comuna?


--Sí, cuando hicimos un vínculo con gente de Brasil que vino a investigar con nosotros, lo primero que tuvimos que hacer fue una cartografía sobre el trabajo infantil en la ciudad. Para conseguirla, acudimos a los operadores de calle de los programas "Sueños de Barrilete", de Elmo Fantino, y de "Bahía Pibe", que había diseñado Sandra Polak. Ahí descubrimos que ellos tenían un gran conocimiento de lo que pasaba en cada sector de la ciudad. Podían decir con exactitud qué pasa con los chicos en los peladeros de camarones, en el mercado de fruta de Villa Rosario, en los hornos de ladrillos de Harding Green y en la zona de quintas de Colonia La Merced, en Cerri. También conocían de manera detallada la situación del cirujeo, que está dispersa en varios sectores, como es el caso de los trapitos en el centro.


--Y con esos datos en la mano, ¿cómo se puede actuar?


--Hay que pensar con la lógica de cada uno de esos enclaves. Son diferentes tipos de industria a las cuales va a afectarles que haya un control estricto de la mano de obra. No se trata únicamente de una cuestión de niñez, sino que también altera situaciones económicas y sociales, y por eso hay que trabajar de manera mancomunada para revertir esos procesos de manera integrada.


--Si bien cada industria donde se emplea mano de obra infantil tiene sus particularidades, ¿existe algún denominador en común, respecto a cómo esos chicos ingresan al mundo laboral bahiense?


--Es el resultado de un proceso que nosotros llamamos "trampas de pobreza". Son familias que no pueden sostener ciertas necesidades de los chicos y que, llegados a una edad determinada, los mandan a trabajar en aquello que reconocen como trabajo. En las clases más humildes no se tiene la dimensión de que existe una adolescencia. Las personas son niños o son adultos. Incluso hasta existen "ritos de pasaje" entre esas edades. Como cuando un chico, a los ocho años, recibe de su padre el primer carro de cirujeo a tracción humana. Le está diciendo que ya está en condiciones de trabajar solo. Hay todo un mundo simbólico, con roles, estructuras, valores y pautas, que hacen que el trabajo parezca algo normal para esas familias.

--Si es entendida como una situación natural, ¿cómo se la puede revertir?

--Lo que buscamos es romper, justamente, esas "trampas de pobreza" a través de alternativas. Porque el gobierno provincial manda políticas enlatadas, como el programa Envión, que intenta mostrar una proyecto de vida posible para los chicos, con becas y talleres, pero que se limita a eso, a mostrarles una posibilidad determinada dentro de un oficio --herrería, carpintería-- y ver si después continúan por su cuenta, o no. Nuestro proyecto, en cambio, quiere mostrarles alternativas, otras miradas y posibles circuitos por los que puedan transitar en sus vidas.


--¿De qué se trata, específicamente?


--Lo que logramos con la subsecretaría de niñez del municipio es definir el campo de trabajo, entendiendo qué es trabajo y qué es explotación. Porque muchos creían que la única solución al problema era erradicando el demonio del trabajo infantil. Y el verdadero demonio es la pobreza, la falta de oportunidades. No el trabajo que, de alguna manera, los incluye. Entonces, las soluciones deben surgir de un trabajo combinado, ofreciendo viviendas dignas para que los chicos tengan un lugar adecuado no sólo para vivir sino también para estudiar. Porque, aunque parezca increíble, muchas veces no hacen la tarea porque no tienen dónde. Después hay que apuntalar el magisterio, para que los maestros tengan más herramientas y sean capaces de educar en contextos de pobreza. Y también hay que incluir a los padres como referentes educativos de sus hijos, a través de una serie de cuadernillos de orientación, que esperamos editar este año, para que ellos puedan entender las consignas y colaborar con las tareas, alo que es muy importante en la formación y que hoy no sucede, generando mucha frustración.


--¿Hacia quiénes están orientados esos proyectos?


--Al principio va a estar vinculado con los chicos que ya forman parte del proyecto Ludibus, que ya se está aplicando en cuatro barrios: Villa Caracol, Villa Nocito, Villa Harding Green y 17 de Noviembre. Es un proyecto que nos tomó cuatro años de entrevistas e investigaciones para determinar las características del trabajo infantil en cada una de esas zonas, y que nos permitió hacer un diagnóstico para ofrecer una solución concreta. Así apareció la idea del Ludibus, que es nuestro proyecto, no para erradicar el trabajo infantil, sino para ofrecer alternativas y que los chicos vean que hay otros proyectos de vida.


--¿Qué características tiene?


--Es un colectivo modificado adentro, con psicopedagogas, que hacen seguimientos escolares de cada chico, y recreólogos, que proponen juegos didácticos, para que los chicos fomenten su creatividad. Con esto buscamos que salgan del riesgo educativo y aumenten la autoestima y la identidad barrial. El colectivo recorre permanentemente esas cuatro zonas y, en cada una, está unas dos o tres veces por semana. Hoy tenemos cerca de 80 chicos en el proyecto y muchos más que vienen exclusivamente a jugar.


--¿Ya tienen resultados preliminares del trabajo?


--A través de los juegos, vamos descubriendo datos sobre la dinámica del barrio, los lugares, las personas y las situaciones en las que viven, siempre desde la mirada de ellos, conociendo cómo piensan y cuáles son sus sueños de vida. Y, a la vez, nosotros les vamos mostrando que pueden cumplirlos, que no es imposible.


--¿Qué cree que pasará con esos chicos, cuando crezcan?


--El Ludibus funciona desde hace sólo un año y medio, y todavía estamos con chicos que tienen entre 9 y 13 años. Así que todavía no llegamos a esa parte de adolescencia, aunque ya se vislumbra como un problema a resolver. Por ahora, lo normal sería que pasen al programa Envión. Ya veremos qué podemos hacer.

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